Nuestro Dios Misionero

Por el Rev. Stephen Phillips

Introducción:

     Al plantearnos el reto para el discípulo de Jesús de cumplir la Gran Comisión es importante tener en cuenta la intencionalidad del Dios de la Biblia. Muchos de nosotros iniciamos proyectos sin tener en mente el resultado preciso y exacto que esperamos lograr. Pero Dios, según su más sabio consejo, no actúa ‘sobre la marcha’ sino según el plan trazado desde antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4, 1 Pe. 1:20).

     Gracias al montaje de muebles de IKEA, he aprendido lo importante que es empezar con una idea del propósito o diseño final. Por naturaleza me gusta saltarme algunas normas porque creo que están hechas para personas con un coeficiente más bajo que el mío. Una vez compré una silla para mis hijos de color azul hecha de 4 piezas de madera. Yo pensé: “Sería todo un insulto a mi inteligencia tener que echar mano del manual para montar algo tan fácil”. Pero cuando terminé de montar aquella silla me partí de la risa puesto que uno de los soportes era del color equivocado puesto que yo lo había montado al revés.

     ¿Acaso existe una imagen de cómo acabará el plan de Dios para la historia de la humanidad? Creo que algo parecido a esa imagen la encontramos en Apocalipsis 7:9-10:

“Después de esto miré, y vi una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas. Estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas y con palmas en sus manos. Clamaban a gran voz, diciendo: ¡La salvación pertenece a nuestro Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero!”

     Esta es una visión de futuro desde la perspectiva de Dios. Porque la pasión de Dios siempre ha sido crear para sí un pueblo de toda lengua, tribu y nación para habitar gozosamente en medio de ellos. Y la Biblia narra el desarrollo de este plan divino en la historia del mundo. En este artículo veremos algunos puntos álgidos y significativos de esta gran historia con el fin de ver cómo el corazón de Dios late por redimir a la raza humana y, Deo volente, contagiarnos de este amor de Dios por el mundo.

Primer Acto: La misión de Dios en el Antiguo Pacto:

     Se ha dicho que la Biblia es como una obra de teatro compuesta de dos actos. Si un espectador llega tarde a ver una obra y no entra hasta después del tiempo de intermedio, ¿entendería la trama? Probablemente entendería algunas cosas, pero su experiencia necesariamente sería empobrecida por haberse perdido el primer acto. Así nos pasa a los cristianos si intentamos definir nuestra teología o práctica solamente en los libros del Nuevo Testamento. La misión de nuestro Dios no es una ocurrencia tardía en su mente. Tampoco es un cambio de marcha a partir de la encarnación de Jesús el Mesías. La misión de Dios es su plan de rescate ingeniado desde el principio para que el ser humano conociera no solamente la justicia de Dios sino también su misericordia.

  • Episodio 1: La Misión de Dios en el Edén.

     Génesis capítulo 1 narra cómo Dios resuelve el problema de “TOHUVABOHU”. En cada uno de los tres primeros días Yahvé da forma al caos y, a continuación, llena los ámbitos o formas creadas con habitantes. En los días del uno al tres, Dios crea por medio del acto de separación: separa la luz de las tinieblas, separa el cielo de la tierra y la tierra firme de los océanos. Estos marcos están aún sin llenarse, pero por sí solos ya suponen un avance por parte de Dios en traer orden al caos.

      Después en los días del cuatro al seis, Dios, el Creador, llena estos marcos. Llena el cielo con sus habitantes: el sol, la luna y las estrellas. Llena el cielo con los: las aves. Llena los mares también con los suyos: los peces y animales marinos, y, por último, Dios puebla la tierra con animales terrestres y con el punto álgido de su creación: el ser humano. Otra analogía útil es pensar en estos marcos (v.1-3) como ‘reinos’ y las criaturas que los habitan (v.4-6) como los gobernantes sobre dichos reinos. Si nuestra interpretación es correcta, se nos abre un abanico de diferentes interpretaciones sobre el posible valor simbólico de los días de la creación. Si esta aproximación es correcta, Génesis 1 es como un mosaico verbal.

      El orden de las criaturas hechas el sexto día no es aleatorio—Dios dejó su magnum opus para el final. En el día seis Dios creó al hombre (ADAM), e hizo algo que lo convertiría en un animal, pero algo inmensurablemente superior a los animales al mismo tiempo. Después de formar a Adán del polvo de la tierra sopló en su nariz el aliento de vida (Gen. 2:7) y le constituyó (y a Eva también) el cometido de ser su virrey (delegado) sobre la tierra para gobernar sobre ella y cuidarla.

     La primera tarea de Adán como representante de Dios, el Creador, será nombrar a los animales. No debemos concebir esta labor como un acto aleatorio, sino que consistía en conocer bien la naturaleza de cada criatura y asignarle un nombre según su respectiva esencia. El acto de nombrar constituye un ejercicio de autoridad, como cuando un rey conquistaba una ciudad y le cambiaba el nombre. Dios nombra a Adán y él nombra a los animales y lo hace en calidad de portador de la imagen de Dios, la única criatura facultada para para gobernar. Aquí nos puede surgir la duda si Dios le dio su mandato creacional al varón solamente o también a Eva. Aquí falta hilar fino ya que la palabra “ADAM”hace una función doble: es el nombre propio tanto de la raza humana, como también del marido de Eva. Y esta observación es importante ya que cuando Génesis 1:27 dice que Dios creó al hombre (ADAM) a su imagen no se refiere al marido de Eva, sino al ser humano compuesto de los dos géneros: varón y hembra. Juntos podrán cumplir el mandato creacional: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven en la tierra” (Gen. 1:28).

     El erudito bíblico Greg Beale interpreta este mandato creacional en términos que podríamos llamar “misionales”.  Beale, al igual que otros teólogos, ven en el Huerto del Edén una especie de Jardín-Templo: el lugar de encuentro entre Dios y el ser humano. Esto significa que el cumplimiento por parte de Adán y Eva de este mandato cultural hubiera resultado en una tierra llena del conocimiento de la gloria del Señor como las aguas cubren el mar (Hab. 2:14).

  • Episodio 2: La Misión de Dios Saboteada.

En el capítulo 3 de Génesis las cosas se tuercen.  Adán y Eva fueron creados para ser santos y felices al vivir en el Reino de Dios y según la voluntad de Dios. Pero entra la serpiente, vehículo de Satanás, y se introduce el elemento de tensión y conflicto en el gran drama divino. Satanás les abrió un supuesto nuevo camino hacia la felicidad: la vía de la autonomía moral, salir de debajo de la Palabra de Dios y vivir según la suya propia. Así es como el pecado se introdujo en nuestro mundo.

¿Qué queda ahora de la Misión de Dios, del mandato cultural? La misión de Dios es tan grande que no se deja frustrar por la rebelión humana. En medio del juicio, Dios les hizo una promesa: un descendiente de la mujer se levantará para vencer a la serpiente y vendrá, en las palabras de Isaac Newton, “para hacer fluir la bendición (del Señor) hasta donde se encuentra la maldición”. Y aquí debemos destacar un detalle importante: ¡Adán creyó la promesa de Dios! ¿Cómo lo sabemos? Porque le cambió el nombre a su esposa: “Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes” (Gen. 3:20). Este cambio, a nuestro parecer, conlleva la semilla de la fe—la confianza de que Dios cumplirá su promesa acerca de un descendiente de Eva que se enfrentará a la serpiente y vencerá.

Ahora nos adelantamos a Génesis capítulo 11 donde los descendientes de Noé se juntaron en la llanura de Sinar para fines que iban más allá de la innovación arquitectónica. Aquí los descendientes de Sem, Cam y Jafet, los hijos de Noé, se juntaron en la llanura de Sinar. ¿Cuál es el problema moral de que la humanidad se junte como lo hicieron? La clave es recordar el mandato cultural de Génesis capítulo 1: “llenar la tierra y sojuzgarla”. El proyecto que emprendieron en Babel supuso una conspiración por parte de la humanidad en contra de la misión de Dios de dispersar la humanidad sobre la faz de la tierra para llenarla del conocimiento de su gloria. Observa cómo se les ve el plumero a estos hombres subversivos: Luego dijeron: ‘Construyamos una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo. De ese modo nos haremos famosos y evitaremos ser dispersados por toda la tierra (Gen. 11:4).

Sin embargo, la rebelión de Babel de ningún modo podrá obstaculizar la Misión de Dios. Con su señorío y poder, Dios confunde sus lenguas y los esparce sobre la faz de su mundo. Así es como este intento de sabotear la Misión de Dios, lejos de frustrarla, se convirtió en el medio por el cual se acabaría cumpliendo y dará pie a esa escena en encontramos en Apocalipsis 7 donde personas de toda lengua, tribu y nación adoran a Dios y al Cordero (v.9-10).

     Génesis capítulo 11 empieza con la rebelión de Babel y acaba con la esterilidad de Sarah. Y este telón de fondo del pecado y la debilidad humana son también la línea melódica del episodio que sigue: la historia del patriarca Abraham.

  • Episodio 3: El Pacto de Dios con Abraham.

En el capítulo 12 de Génesis conocemos a un hombre llamado Abram a quien Dios usará para crear un nuevo pueblo. El hecho de que Dios seleccionara a Abraham no le convierte en una persona ‘selecta’. De hecho, Génesis no esconde los fallos ni los defectos de este patriarca—su talón de Aquiles fue negar en dos ocasiones que Sara era su esposa. Si estás intentando convertirte en una persona ‘selecta’, limpia o digna del amor de Dios, siento decirte que el cristianismo no va de eso. La buena noticia es que Dios salva a todo aquel que cree en su promesa de que Jesús murió para reconciliarnos con Dios (Rom. 3:28, 4:5, 10:9-10). La historia de Abraham deja muy claro que Dios no nos salva por nuestra rectitud moral, sino por la fe en su misericordia (Sal. 130:3-4).

En otras palabras, la historia de Abraham no trata solo del crecimiento de su fe sino más aún de la determinación de Dios a llevar a cabo su misión. ¿Y cuál es esta misión? Crear una nueva humanidad, un pueblo en medio del cual Él volvería a habitar. Pero su intención no es que sea una comunidad herméticamente cerrada. Observa detenidamente su promesa a Abraham: “Jehová había dicho a Abram: ‘Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra’” (Gen. 12:1-3). La bendición dada a Abraham y, por ende, a Israel, nunca pretendía limitarse a una nación, sino extenderse a todas las naciones.

  • Episodio 4: Dios Forma a un Pueblo para Su Misión.

     El ADN misionero del pueblo de Dios del Antiguo Pacto se puede apreciar en el propósito de la ley que Dios dio a su pueblo. En Éxodo 19 encontramos a los israelitas, los descendientes de Abraham, reunidos después de su liberación de los egipcios. Y allí ante el Monte Sinaí, Dios estableció su pacto con ellos y les dio sus leyes y mandamientos. Pero otra vez es preciso que observemos los matices misionales del lenguaje que encontramos en el prólogo del decálogo: “Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa” (Ex. 19:6). Así es como unos autores explican este versículo: “Los sacerdotes de Israel representaban a Dios ante el pueblo al predicarles la ley, y también representaban al pueblo ante Dios mediante sacrificios e intercesión. Y por extensión la nación entera ejercería un papel sacerdotal dando a conocer a Dios a las naciones atrayéndolas al lugar de expiación”[1]. En otras palabras, en la medida en que los israelitas se sometieran al reino benévolo de Dios, la gloria de su reino se manifestaría ante las naciones, y ellas, por fuerza centrípeta, se sentirían atraídas a venir y conocer a Yahvé, el único Dios verdadero.

     Es fácil leer e incluso estudiar el AT y pasar por alto el amor de Dios por las naciones. Pero en realidad, Dios entra en alianza con un hombre, Abraham, a fin de llenar toda la tierra con el conocimiento de su gloria. Es decir que Dios no escogió a Abraham en contra de las naciones, sino a favor de ellas. Israel fue escogido para ser una luz a las naciones y atraerlas al Templo—el lugar de sacrificio y de perdón divino. Esta intencionalidad de parte de Dios de hacer extensiva la bendición de Abraham a las naciones se encuentra en muchos pasajes del Antiguo Testamento. Para mencionar solo uno, el Salmo 67 se lee como una adaptación con giro misionero de la bendición aarónica de Números 6:

Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga. Haga resplandecer su rostro sobre nosotros. Selah. Para que sea conocido en la tierra tu camino, en todas las naciones tu salvación. Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben. Alégrense y gócense las naciones, porque juzgarás los pueblos con equidad, Y pastorearás las naciones en la tierra. Selah. Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben. La tierra dará su fruto; nos bendecirá Dios, el Dios nuestro. Bendíganos Dios, y témanlo todos los términos de la tierra.

  • Episodio 5: El Apogeo y el Declive de Israel en su Misión.

     En el Antiguo Pacto se pueden vislumbrar épocas doradas en las que Israel cumplió con su misión y fue una luz entre las naciones. Podemos enumerar a personas como Rahab, Rut y la Reina de Sabá que fueron atraídas al pueblo de Israel por escuchar de la fama del Dios de Israel. Pero a grandes líneas, y debido sobre todo a su actitud impenitente ante pecados como la idolatría y la injusticia, Israel acabó fracasando miserablemente en su misión. De hecho, tanto es así que podríamos decir que, más que ser una luz para las naciones, fueron un obstáculo para que las demás naciones llegasen al conocimiento del único Dios verdadero.  No obstante, justo cuando parece que la luz de Israel estaba a punto de extinguirse por completo, los profetas profetizaron la venida del “siervo del Señor”.  Un siervo que triunfaría donde la nación había fracasado. Él sería la verdadera luz para atraer a las naciones, el descendiente de Abraham que traería la bendición de Dios a todas tribus, lenguas y naciones. Isaías 49:6 dice: “Poco es para mí que sólo seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob y restaurar el resto de Israel; también te he dado por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo último de la tierra”.

     En resumen, en este primer acto hemos visto la formación de una comunidad para la misión de Dios: cubrir la tierra con el conocimiento de su gloria. No fue un fracaso total, sin ningún tipo de fruto, pero tampoco tuvo la clase de impacto global que el conocimiento de su gloria merece. No obstante, el trasfondo que hemos considerado hasta ahora es clave para apreciar la pasión de nuestro Dios que no pensó en las misiones como una ocurrencia tardía, sino que ha sido su pasión desde siempre.

Segundo Acto: La Misión de Dios Continúa en el Nuevo Pacto:

  • Episodio 6: Llega el Misionero por Excelencia.

La venida de Jesús inaugura un capítulo nuevo y glorioso de la Misión de Dios. Jesús es el descendiente de Eva, que, en las palabras de Pablo en Col. 2:15: “despojó a los principados y a las autoridades y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”. Jesús es el Siervo del Señor promedito en el Antiguo Pacto—quien vino no para ser servido sino para servir y dar su vida en rescate por muchos. Y Jesús es el verdadero Israelita que vino para obedecer en cada punto que la nación había desobedecido y fracasado. Y la buena noticia es que Él no solo vino para bendecir a Israel, sino para ser canal a través del cual ahora son “benditas…todas las familias de la tierra” (Gen. 12:3).

Cuando se autoproclama en Juan 8:12 ser “la luz del mundo” no es una atribución aleatoria, sino que nos está comunicando que el plan divino se ha cumplido—Él mismo es el verdadero Israel que ha venido como luz para las naciones (Isa. 49:6). Donde Israel fracasó una y otra vez, Jesús acatará perfectamente la voluntad de su Padre a fin de que sus seguidores no tengan que andar en tinieblas porque tienen la luz de la vida (Juan 8:12). El Evangelio de Mateo alude claramente a la Misión de Dios en sus “dos actos” comenzando con la genealogía de Jesús como “hijo de Abraham” y acabando con la Gran Comisión. Dios nunca ha abandonado su plan de crear para sí un pueblo de toda tribu, lengua y nación. Y ahora nosotros, los que seguimos a Jesús, participamos en esta misión al predicar la gracia y practicar la justicia (la fe que obra por el amor) en todo el mundo.

  • Episodio 7: La Iglesia, la nueva humanidad, es Clave para los propósitos misionales de Dios.

Siempre ha sido el plan de Dios reunir para sí, no un gran número de personas individuales, sino un pueblo por medio del cual desplegar su gloria en el mundo. Escucha cómo el apóstol Pedro define la comunidad cristiana: “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9). De allí podemos apreciar lo estratégico que es para el cumplimiento de la misión de Dios que lo hagamos en comunidad, como familia, como iglesia. Una persona no creyente puede desestimar el impacto de la vida de un cristiano aislado. Puede concluir simplemente que se trata de una persona muy excepcional, que ha tenido suerte en la vida o que seguramente proviene de un hogar con mucho amor. Pero es mucho más difícil para el mundo desestimar un impacto de toda una comunidad cuya fe obra por el amor cuando ven que dicha comunidad la componen personas de todos los ámbitos de la vida, de distintas clases sociales y nacionalidades. Porque esta vida que compartimos ha sido hecha posible por el poder del Evangelio, y por medio de nuestro amor y unidad somos la luz de Cristo en el mundo (Mat. 5:14).

Conclusión: 3 Sugerencias Prácticas para Llevar a cabo la Misión de Dios:

  • Asimilemos Bien Nuestra Identidad

     Puede que Dios no te haya llamado a dejar tu tierra ni a tu familia para ser un misionero en un país extranjero, pero eso no cambia el hecho de que tengas un ADN misionero. La iglesia, por naturaleza, es el pueblo de Dios en misión con Jesús. Por eso, la pregunta a la que nos enfrentamos no es: ¿Escogeré participar o no escogeré participar en la misión de Dios? Sino: ¿Taparé mi lámpara con alguna vasija, o la pondré en alto para que alumbre a todos los que están en la casa? (Mt. 5:15). En otras palabras, aunque la lámpara se tape, lámpara es. 

  • Prioricemos la Plantación de Nuevas Iglesias

     Plantar nuevas iglesias no es tarea fácil, implica mucho sacrificio—lo sé por experiencia, un sacrificio económico, o dejar de ver a tus hermanos tan a menudo por el compromiso que supone evangelizar y formar una comunidad nueva. Pero vemos, sobre todo en el libro de los Hechos de los Apóstoles, que el evangelismo y la formación de nuevas comunidades de discípulos van siempre de la mano. Además, la plantación de iglesias a menudo ejerce una fuerza renovadora natural en la vida de una iglesia puesto que al “desprendernos” de personas maduras para la obra del Señor, surge de forma natural la necesidad de invertir y capacitar a otros para llenar el vacío dejado por los que se nos han ido.

  • Practica Misión Cotidiana

Sea como misionero en un país extranjero o simplemente como seguidor de Jesús aquí, una manera para vivir a la luz de la Gran Comisión que está al alcance de todos es desenvolvernos en la vida cotidiana con intencionalidad misional. La mayoría de nosotros no tenemos un don excepcional de evangelismo, pero lo que sí podemos hacer es redimir las actividades de cada día y hacerlas con miras a apuntar a la nueva vida disponible gracias a Jesús con las palabras que hablamos, y el amor con el que las hablamos. En otras palabras, ningún cristiano sale a comprar pan sin más, sino que un rayo de la luz del mundo invade la panadería local.


[1] Esta cita es de un libro del programa Crosslands que no he podido encontrar.

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